domingo, 26 de octubre de 2008

Sigo esperando

Supongo que primero se ofendió ella y después yo. Creo que comenzó así porque ella es de esas personas que tienden a ofenderse por casi todo, como si en el abanico de emociones del que dipsonen para reaccionar frente a los otros (y sus actitudes, pero también frente a los hechos de la vida) el repertorio fuera muy pobre. Se recurre a la ofensa cuando no se sabe pelear, enfrentar, perdonar, comprender o reir.
Después podría enumerar una larga lista de ofensas mutuas. Desde ya, las de ella me parecen exageradas, infantiles y cobardes mientras que las mías, que son menos, se me hacen justificadas y razonables.
Como sea, ella eligió, para expresar su ofensa, el silencio y la ausencia. Como una forma de castigarme a mí y castigar a los que amo.
Yo busqué la confrontación, la conversación, la puesta en evidencia por medio de la palabra de las ofensas causadas.
Me mintió.
Dijo que me lo agradecía.
Que pensaría en mis palabras.
Que era considerado por mi parte propiciar un acercamiento.
Después se fue y se sumergió íntegramente en la ofensa en sí, con sus códigos y sus matices.
Me cansé de chillar y de actuar. Convine en usar la simetría. Quedamos equilibradas en la parálisis. Ninguna de las dos movió más piezas.
Pasé meses esperando que me sorprendiera con una jugada atrevida, un enroque, un peón coronado, algo que me mostrara que tomaba un gran riesgo y abandonaba la quietud de la resignación.
Y sigo esperando.

viernes, 17 de octubre de 2008

"Tsugumi", una novela pequeña de Banana Yoshimoto

Ultimamente mi amiga Carina la pega con los libros que me descubre, como si se inspirara realmente en mi estado anímico.
En mi último cumpleaños, me regaló la novela Tsugumi, de la escritora japonesa Banana Yoshimoto, de quien no había leído nada.
Como con La Vida Descalzo de Pauls, desde los primeros párrafos me abandoné a ese viaje onírico por la intimidad y la memoria infantil de la playa y el mar, un territorio atemporal que a quienes lo poseemos (como recuerdo, sueño, fantasía o esperanza) nos conecta con lo dionisíaco y la unidad.
Esta novela, que narra la historia de la joven Maria Shirakawa, criada en un pueblito de pescadores junto al mar en la península de Isu, viviendo de prestado con su madre en el hostal de sus tíos Yamamoto y sus primas, no es pretenciosa. Elige la anécdota pequeña, simple, particularísima, para hablar de la amistad llena de contradicciones que une a María con su voluble y caprichosa prima Tsugumi, fatalmente aprisionada en su delicado estado de salud que la lleva a tiranizar a toda su amante familia.
Primeras amistades, amores adolescentes, rituales colectivos, perros que se aman y días de escuela. María debe marcharse a Tokio para vivir al fin junto a su padre, escapando de la vergüenza de haber sido la hija de la amante durante todos sus primeros años.
Esta novela recurre al arquetipo del paraíso perdido, o a punto de perderse, pero lo hace desde la singular personalidad de tres muchachas a punto de florecer.

Inauguración en la galería "Corazón"


Como todo lo que ocurre en esta galería, muy recomendable.

viernes, 10 de octubre de 2008

Nos tenemos que ir, La Chicana


Fuimos a ver a La Chicana y todo se llenó de alegría y erotismo, las otras noches y los días que siguieron.
Andaba bajoneada y triste como un perro sin dueño, pero todo pasó, como pasan las cosas en primavera: repentinamente y envueltas en aromas de jazmines.
Descubrí lo que ya sabía: que el tango es sólo nostalgia y melancolía cuando no nos penetra en la carne, como si fuera un amante fogoso.
Porque cuando sí lo hace, el tango también es alegría, bravuconada, chicana y calentura.
La milonga te hace mover los pies y te calienta la sangre, y aunque no sepas bailar ni cantar, como es mi caso, no podés dejar de bailar y cantar, incluso fuera de la piadosa protección del ridículo que ofrece el hogar propio.
Y dan ganas de cagar a palos a unos cuantos garcas y de luchar hasta conseguir algo de justicia en esta bendita tierra argentina y de amar hasta que no nos dé más el cuore y el alma.
Y emprendo el regreso a casa, caminando por Corrientes, hundida bajo el peso de mi mochila y mi laptop, sin desesperar del largo viaje ni la miseria que me rodea, cantando "Nos tenemos que ir", mientras algún hombre me mira como si me deseara.

lunes, 6 de octubre de 2008

Segunda piel

A veces el dolor físico es como una segunda piel. Lo llevamos encima, nos cubre todo el cuerpo y hasta aprendemos a convivir con él, como aprendimos a caminar, a hablar y a amar a las personas cercanas, sin darnos cuenta, en el presente, que alguna vez fue de otra manera.
Se despierta con nosotros a la mañana y nos hace saber de su potente presencia y aunque decidamos ignorarlo, hacer como que no existe y enfrentar los desafíos del día, acecha cada movimiento y suele triunfar sobre nosotros como enemigo o amigo, según nuestro ánimo.
Literalmente, nos tuerce la voluntad y se hace carne con nosotros. Eso es envejecer, aunque seamos todavía jóvenes.
Observamos, temerosos o admirados, los movimientos de los niños pequeños y creemos recordar de qué se trataba ese goce de la vida, pero no es cierto. No recordamos y ya no sabemos ir por el mundo con un cuerpo saludable y joven.
La muerte se hace familiar y posible y el sueño es un anhelo y no ya, como en la infancia, un robo al tiempo para jugar, aprender o luchar.
Pero un anciano se acerca a nosotros y nos habla de su mujer, con quien hace sesenta años que comparte la vida. Sonriendo, dice: ella no está bien, tiene artrosis y a veces las cosas se le caen de las manos. Pero yo le digo que no importa, que a cualquiera le pasa. Después de todo, es una chica tan alegre, tan llena de vida, que no vale la pena entristecerla.