viernes, 23 de abril de 2010

Ella le rompió el corazón


La verdad es que me cohíbe un poco cuando me dice que de tanto en tanto se pega una vuelta por mi blog.
Es cierto, no nos vemos casi nunca y nos encontramos, como él dice, en algunos ámbitos donde es probable que a los dos nos pase algo parecido. Hay algo, como un sentido del deber o cierta pasión política que lleva nuestros pasos a desembocar allí para luego, al cruzarnos con personajes del poder, gente con la que quizá en la puta vida nos tomaríamos un café de no ser estrictamente necesario (y otra con la que sí lo haríamos con todo gusto, probablemente), algo desde adentro se subleve, nos agarre un poquito de taquicardia, nos pongamos a transpirar, forcemos a nuestros rostros (o "caras", corregiría Bioy) la mejor "máscara japonesa" que propone Mishima en sus Confesiones de una máscara. Estrategias humanas para sobrevivir en junglas bastante inhumanas, carnaval veneciano aunque sin tradición ni glamour .
Y entonces, en esas circunstancias en las que la hipocresía ayuda y mucho, en la que todos, detrás de nuestros pequeños antifaces nos relojeamos y la especulación puede estar a la orden del día, (quien vino para hacerse ver o para ser visto, ver qué o a quién, quien te saluda o te corta el rostro, lo que se dice y lo que se calla), es un respiro que alguien te confiese la tristeza de un amor que ya no es. Frente a ese tipo de confesiones sólo es posible tomar esas palabras, guardarlas en la palma de la mano como cuando se encuentra un gorrión lastimado en la vereda (aun cuando no nos gusten los gorriones), esconderlas bajo la forma protectora del secreto o del olvido porque ya no importan entonces los nombres ni los protagonistas de la historia, ni siquiera las consecuencias que en nuestra ética pudieran tener no respetar ese silencio sino el aprecio ante el gesto de valentía que implica decir algo como: "ella me rompió el corazón", en esta época, en ese lugar.

viernes, 16 de abril de 2010

La Pista de Hielo, Roberto Bolaño

"Lo vi por primera vez en la calle Bucarelli, en México, es decir en la adolescencia, en la zona borrosa y vacilante que pertenecía a los poetas de hierro, una noche cargada de niebla que obligaba a los coches a circular con lentitud....", así comienza,por boca de uno de los narradores, Remo Morán, La pista de Hielo, de Roberto Bolaño.
Esta, la primera, es una de las varias versiones del crimen que ha ocurrido en el Palacio Benvingut (nombre catalán que significa Bienvenidos), en la ciudad costera de Z, España. Así, sin casi darnos cuenta, ya estamos completamente inmersos en la trama que construye Bolaño, con su maestría y gran sentido del humor (a veces feroz), en esta novela negra y polifónica. Desde el principio necesitamos seguir leyendo: no sólo queremos saber de qué crimen se trata o quién es el culpable, no podemos dejar de leer y acompañar a cada uno de los personajes, los tres que narran casi como en una confesión y los que son narrados, mientras un destino trágico se va imponiendo a cada uno de ellos, inexorable (novela negra al fin) como el avance de la construcción secreta e ilegal de la pista de hielo.
¿Quiénes son? Una joven y hermosa patinadora de nivel olímpico; un pobre mexicano que trabaja de vigilante nocturno en un camping (como el mismo Bolaño hizo) y se enamora de una chica enferma e indigente; un poeta chileno que administra un barsucho y un hotel; su ex esposa, idealista asistente social del municipio.
"Todos estamos acostumbrados a morirnos cada cierto tiempo", sentencia Enric Rosquelles, funcionario municipal encumbrado, vanidoso y autoreferente,"y tan poco a poco que la verdad es que cada día estamos más vivos". ¿Hay en el nombre de este personaje un chiste casi privado y bien argento del chileno Bolaño? No lo sé. Pero es él, precisamente, quien con mayor afán intenta enroscarnos a lo largo de su relato, como lo ha hecho con la bella patinadora de la que se ha enamorado, Nuria, como lo hace con su jefa y promotora, la alcaldesa Pilar.
Hay en esta novela, como en otras obras de Bolaño, cierta nostalgia del arte como sinónimo de valentía ética, valentía amorosa y valentía política que lleva siempre las de perder, no en vano dos de sus narradores son (o han sido) poetas y escritores latinoamericanos y son, cada uno a su modo, marginales; de crítica a la izquierda europea, vieja, aburguesada y mediocre; del periodismo mediático, que pretende erigirse en juez de todos; de peruanos, chilenos, mexicanos, argentinos, haciendo laburos de mierda para los ricos social-demócratas españoles.
Y mientras tanto, la trama avanza, con datos que envían hacia el pasado o brindan pistas hacia el futuro (el real y el deseado), en esta red de amores y desamores, amistades que han perdido su sabor y la vida turística en las calles y el camping de Z.
Ganadora del premio de Narrativa Ciudad de Alcalá de Henares en 1993, , ha sido reeditada por Anagrama en 2009, 200 páginas.

Enlaces interesantes acerca de esta novela: