miércoles, 23 de junio de 2010

Hace unos días fui a ver la nueva puesta de la coreógrafa Diana Rogovsky de su obra Sol I Lewitt en el Centro Cultural Malvinas. Aunque pese a los años que la curiosidad, la hermandad y la amistad me han convertido en público frecuente de danza contemporánea, sigue siendo para mí un lenguaje algo inaccesible. Es por eso quizá que esta obra me ha interesado más que otras, precisamente por su propuesta tan abstracta que permite a los espectadores legos dejarse llevar, como si miráramos un cuadro, por las imágenes, a las que desde ya, se integra la música.  No es ajeno a este efecto el título elegido que ya nos insinúa que se trata de una obra conceptual, si recordamos alguna obra de este artista aquí citado (una de cuyas obras incorporo en este post). Es así que sin relato, un espectador no advertido podrá encontrar esta obra algo fría, pero creo que es un efecto buscado, en el sentido de la pura forma abstracta.
Un elenco muy bien elegido (Analía Thiele, Carolina Herman y Julieta Scanferla, todas muy bellas) y una música que es protagonista (tanto la grabada, compuesta por Pablo Loudet, como el saxo que se toca en vivo Marcelo Mazzaglia) sin competir por eso con las bailarinas, hacen de esta puesta una obra bien equilibrada en la que se puede disfrutar dejándose  llevar por los pliegues y  dibujos que sobre un lienzo imaginario, cual perfomance, construyen en tríos, solos y dúos las tres bailarinas. El vestuario es todo un hallazgo y genera una contradicción positiva (que nos recuerda que es danza y no pintura con audio) entre la dureza de las líneas puras y la monocromía  y las blandas curvas que proponen los cuerpos femeninos en movimiento.

martes, 22 de junio de 2010

El baile de Natacha, de Orlando Figes

Esta extraordinaria historia cultural rusa llegó a mis manos regalada por A. El título de la obra, tal como puede leerse en la  contratapa de la edición de Edhasa (Buenos Aires, 2006, 828 pág.) proviene de una escena de Guerra y paz, de Tolstoi, en la que la condesa Natacha Rostov se siente súbitamente subyugada por el ritmo y la belleza de un baile popular ruso. Este encuentro entre el mundo de las clases superiores, afrancesadas y educadas en Europa occidental, y la cultura campesina rusa, precede al análisis de la famosa "alma rusa" (que mucho más adelante desmentirá, presa del escepticismo, Vasili Grossman, que escribió lo que para muchos es la Guerra y la Paz del siglo XX, Vida y destino, y terminó por afirmar que esa  alma rusa tan admirada por los "profetas", los artistas del siglo XIX -Dostoievski, Turguenev, Tolstoi, Gogol-, era un alma esclava). 
Figes, que es un historiador inglés muy galardonado, aborda esta gigantesca obra que analiza los distintos rasgos de esa cultura que va surgiendo de las tensiones entre oriente y occidente, entre los rusófilos y los europeizantes, desde la construcción de San Petesburgo por parte de Pedro el Grande al auge de la propaganda estalinista que retomó algunos de esos tópicos, apelando al alma rusa y al destino de los rusos en particular en la Segunda Guerra Mundial.
No sólo la literatura, sino también la música, la pintura y el cine (Mussorgsky, Stravisnky, Shostakovich, Eisenstein, Rachmaninov, Chaikovsky o Rimsky-Korsakov, o pintores como Kandinsky o Goncharova, entre otros), son la materia de esta obra completísima, que tanto transita en la intimidad de las alcobas del palacio Sheremetev, en las que el conde Nikolai Petrovich Shemeretev hizo su esposa a la sierva Praskovya (cuyo retrato, de Nikolai Argunov acompaña este post) que terminará por convertirse en una gran estrella de la ópera rusa como en el gran escándalo suscitado por el cuento "Los campesinos" de Chéjov, que vino a poner en duda el gran mito fundante del "buen campesino" ruso, al mostrarlo como un pobre embrutecido y endurecido por la pobreza.

Esta historia cultural, para el ojo occidental, muestra una Rusia que plantea un problema que es a la vez geográfico y cultural, puesto que se suele distinguir a la Rusia europea de la asiática. Tampoco suele comprenderse la enorme influencia de la religión ortodoxa, portadora de toda una iconografía e inconología imposible de entender en la tradición judeo-cristiana de Occidente sin cierta flexibilidad espiritual. La misma identidad nacional, como muestra Orlando Figes en este extraordinario estudio de rasgos eruditos y  enciclopédicos, ha sufrido extrañas influencias que van desde las tribus esteparias hasta la fascinación por la moda francesa, que fue la máscara de la aristocracia a partir del reinado de Pedro el Grande. Y esto es así porque Rusia es la suma, violenta en muchos casos, de muchas naciones. Es el resultado de luchas, genocidios, imposiciones e integraciones de larga y corta data en la historia. Y desde ya, del enorme desprecio que gran parte de la Europa "civilizada" de la Modernidad expresaba por esta tierra y estos pueblos desconocidos y temidos.
La tesis central de Figes parte de que, a pesar de las diversas vicisitudes por las que ha pasado Rusia, existe un alma que subyace en todos los acontecimientos y que resulta incorruptible, y que así se explica el sometimiento a los zares y también el triunfo de la utopía comunista. Porque en el pueblo ruso hay un espíritu comunitario que algunos han sabido aprovechar. 



De alemanes a nazis, de Peter Fritzsche

Por recomendación de mi amigo Caito, empecé a leer De alemanes a nazis (Siglo XXI, Buenos Aires, 2009), del historiador estadounidense Peter Fritzsche. 




Al contrario de la mayoría de los ensayos históricos que he leído al respecto (con notables excepciones provenientes del campo de la literatura, como S. Zweig) el autor comienza su análisis en los Días de Agosto, el verano en el que se declaró la Primera Guerra tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, Sofía Chotek en Sarajevo. Es precisamente en esos días de 1914, seguidos por el terrible Invierno de los Nabos (1917-1918) en los que comenzaron a construirse los nuevos sujetos políticos, tanto en la derecha como en la izquierda alemana, que terminarán con la monarquía Hohenzollern en apenas cuatro años; ocasionarán el surgimiento de la república de Weimar, tras una de las revoluciones más pacíficas de la historia europea y, unos años después, impondrán el triunfo del nazismo y la conformación del Tercer Reich.



Lejos de las versiones que sitúan al pueblo (Volk) alemán como un sujeto homogéneo y pasivo frente al poder nazi, Frizsche analiza las diversas causas que contribuyeron a otorgarle al nacional socialismo un alto grado de apoyo y legitimación entre los alemanes. Según este autor, no fue solo a causa del resentimiento por la humillante derrota y las condiciones impuestas por el Tratado de Versalles, ni por el fracaso de los partidos de izquierda y la república de Weimar, la inflación galopante o el temor al "enemigo" bolchevique lo que llevó a que amplios sectores de las clases trabajadores y medias apoyaran al nazismo. Sino que fue más bien la esperanza y el optimismo en la construcción de una Nación poderosa y unida, con posibilidades de participación política, promesas que se habían engendrado en aquel verano de las movilizaciones de agosto y las nuevas formas de organización social que surgieron para paliar los desastres de la guerra, tanto en los sindicatos como en las organizaciones de ayuda social, de mujeres, de las iglesias, entre otras. La popularidad de los nazis encuentra su origen en la exaltación nacionalista, el surgimiento de nuevas lealtades políticas y la democratización de 1914, de una Alemania que hasta entonces había sido fuertemente monárquica y con una dramática división de clases y ausencia de derechos sociales, políticos y económicos para la mayoría de la población. El autor considera además los factores ideológicos y de movilización sociopolítica desatado por el fervor patriótico de julio y agosto de aquel año, que subvirtió las bases tradicionales de la cultura política alemana y que progresivamente cristalizó en una conciencia comunitaria que tuvo como vector no al Estado ni a la Monarquía sino a la Nación.
Por otra parte, Fritzsche recupera la revisión que la historiografía ha realizado a fines del siglo XX de la idea de una Alemania monolítica, unánimemente comprometida con la causa bélica y la cuestiona con fundamentos que nos permiten tener en cuenta las multitudinarias manifestaciones contra la guerra que por entonces tuvieron lugar (impulsadas por movimientos de mujeres y por sectores socialistas fundamentalmente), además de otras expresiones de escepticismo y de preocupación frente al conflicto.



 Es así que "el atractivo del nazismo residía principalmente en su promesa de consolidar la unidad nacional y proveer a las demandas y aspiraciones populares largamente frustradas, rompiendo en el ínterin con los parámetros de todos los demás sectores políticos –conservadores, liberales, socialistas-. Constituía, pues, un fenómeno revolucionario, ideológicamente innovador (tremendamente favorecido además por su cercanía con el pueblo y su vigoroso activismo). Fue con el rupturismo ideológico del nacionalsocialismo que muchos alemanes simpatizaron y acabaron por comprometerse. Pero se trataba de un proyecto radical, nada de conciliador sino excluyente y violento; un proyecto inspirado en el odio y que alentaba el odio, que amenazaba a diversos sectores de la sociedad alemana y que al cabo, no de modo accidental, desembocó en guerra y genocidio. La revolución nazi supuso una movilización progresivamente radicalizada cuyos términos contaron con el acuerdo y la complicidad de muchos alemanes."(verhttp://www.hislibris.com/de-alemanes-a-nazis-peter-fritzsche/)


Peter Fritzsche, De alemanes a nazis. Siglo XXI, 2ª edición, 2009. 264 pp. Fritzsche es una de las voces contemporáneas más autorizadas en la temática del nazismo, es profesor especializado en historia moderna europea y alemana y doctor por la Universidad de California, Berkeley. Su libro más reciente es Stranded in the Present: Modern Time and the Melancholy of History (2004). Entre sus otras publicaciones figuran: Rehearsals for Fascism: Populism and Political Mobilization in Weimar Germany (1990); A Nation of Fliers: German Aviation and the Popular Imagination (1992); Reading Berlin 1900 (1996). Junto a Charles C. Stewart, ha editado Imagining the Twentieth Century (1997).

domingo, 13 de junio de 2010

No quiero que me maten suavemente

Uno
Nadie que tenga, digamos, más de 50 años puede en la Argentina tener un legajo super limpio en cuanto a su pasado, si se lo mide con una vara ética muy exigente.
Habiendo atravesado varios regímenes de terror, sería muy necio esperar que todos se hayan portado como héroes y heroínas. En general, en los sistemas totalitarios y represivos, el miedo condiciona todos los comportamientos, la pérdida de la libertad es también de la libertad de actuar, muchas veces, conforme a la conciencia y por cada valiente, hay cientos de cobardes, miedosos, asustados, como somos la mayoría, bien dispuestos a sobrevivir, cuidar la prole, zafar. No es condenable. La vida nos gusta a casi todos y conservarla es condición para vivirla, en general.
Es por eso que se honra a los héroes, porque constituyen ejemplos y paradigmas de las virtudes que no todos poseemos, pero en general, admiramos. Modelos.
De allí a meter en la misma bolsa que a la mayoría de los ciudadanos a los cómplices de delitos por acción, hay la distancia enorme de otra imponente operación cultural con la cual la derecha (civil) limpia la sangre de sus manos.
Dos
El otro día escuché al rabino Goldman hacer un muy buen chiste acerca de la condición de judío (eso que nadie sabe bien qué quiere decir pero el humor define mejor que cualquier análisis.) Contaba que él asistía a conferencias  de distinto tipo. Si eran de estudiantes, al final de su exposición, había preguntas. Si eran de psicoanalistas, al final había discursos. Si eran de la cole, al final se armaba una gran discusión.
El gusto de conversar y discutir debe ser mi herencia de la mitad judía que tengo. Cuanto mejores argumentos me ofrezcan mi o mis interlocutor/es, más me apasiono en la disputación y sus estrategias (ver Shopenhauer) , generalmente inconscientes y viscerales.
Tres
A veces en la vida hay que tomar decisiones dolorosas y dejar atrás personas a las que alguna vez nos unió el afecto, la amistad, el haber compartido historias de cama o de amor, o ambas.
En la mayoría de los casos las cosas decantan por sí mismas, el tiempo termina por ordenar semejanzas, cercanías y distancias, pero en otras ocasiones hay que actuar y poner fin.
Mi límite es  cuando se traspasan la ética democrática y el respeto por los derechos humanos.
Quienes se ubican fuera de ese límite pueden estar hechos de distinta madera.
Están los hijos de puta que lo hacen por convicción y de esos no hay nadie entre mis amigos ni afectos.
Y están los que se prueban el cómodo disfraz de fingirse ingenuos, que a cierta altura de la vida y la experiencia, es un pecado o un insulto a nuestra amistad, inteligencia y buen gusto.
Y esto es trágicamente así, aun para los que tenemos menos de cincuenta o de cuarenta.
Hay algo que se llama responsabilidad social colectiva. y de eso no zafa nadie, ni siquiera fingiéndose ingenuo, algo sólo tolerable en gente muuuuuy joven. Porque, cito a Einsten: "El mundo es demasiado peligroso para vivir, no por las personas que hacen el mal, sino por la gente que se sienta y deja que suceda". 
Cuatro
Seguir discusiones fuera de esos límites es como ir matándonos lentamente. Si hablamos de Mapplethorpe, hablemos de eso.