I
Abortar es una decisión que ninguna mujer quiere tomar.
Más allá de deseos, fantasías y coyunturas, puesta frente a la situación concreta, una mujer sabe, intuye y comprende inmediatamente que debe decidir algo que le traerá un altísimo costo personal por el resto de su vida.
Tenga o no tenga hijos, tenga o no tenga dinero, tenga o no tenga pareja, tenga o no tenga religión, tenga la edad que tenga.
Desde ya que esos factores influyen y mucho. La pobreza material, la soledad afectiva, la inmadurez, la falta de acceso a los conocimientos o recursos anticonceptivos, por no mencionar si el embarazo es fruto de una violación, condicionan y precipitan a un abismo de angustia a la persona que debe tomar la decisión sin consejo, ayuda, apoyo o sostén.
Y si encima debe hacerlo clandestinamente, arriesgando su salud y quizá su vida, el dolor y las consecuencias de su decisión, una gran parte de la vida de esa mujer quedará clausurada y abortada junto con su feto.
Las mujeres nos hemos hecho abortos desde los tiempos inmemoriales de la historia. Desde que fuimos "brujas", seres "inferiores", animales "sin alma", esclavas, inferiores, bienes de consumo y de intercambio. Por razones de las más diversas, para ocultar infidelidades, amores escandalosos, para sobrevivir. Imposible no recordar
"El inocente", una de las películas más conmovedoras de Visconti, retrato bello y trágico de la decadencia de una aristocracia que quiere guardar las formas a cualquier costo. Castigadas por parir y castigadas por no poder terminar un embarazo, las mujeres hemos pasado casi toda la historia humana sin poder elegir. Monstruos de misterio para hombres que castigan por no poder tener la certeza sobre su paternidad y su herencia.
Todo eso parece lejano. La revolución de los anticonceptivos, el ADN, los derechos civiles del siglo XX, los pactos internacionales de derechos humanos, al menos en las culturas occidentales, deberían haber puesto punto final a esos castigos, y liberar a los sujetos implicados en la procreación (hombres, mujeres y, según algunos psicoanalistas, los propios niños) de los determinantes externos a sus deseos, convicciones y elecciones.
Abortar es una decisión que nadie quiere tomar, pero a la que a veces no hay más salida que enfrentarse.
II
Más allá de convicciones religiosas, morales, literarias, personales, existen marcos jurídicos internacionales (que la Argentina suscribió otorgándoles rango constitucional), que regulan lo que los Estados deben legislar, punir o no punir, en materia de embarazo y de su interrupción voluntaria.
Muy por el contrario, es la base jurídica que posibilita el éxito de redes mafiosas inescrupulosas que lucran con la desesperación de las mujeres, y sus parejas cuando están, haciendo de la clandestinidad y la ilegalidad un negocio millonario.
Es también la base que le ocasiona inmensas pérdidas de recursos materiales y profesionales al Estado en sus sistema de salud pública, al tener que hacerse cargo de las consecuencias de abortos mal realizados, verdaderas carnicerías que mutilan y dañan, cuando no matan, los cuerpos y las almas de las mujeres abandonadas por la ley, el Estado y la sociedad.
Es el sustento legal que impide que una mujer que debe tomar una decisión como esta cuente con el debido apoyo psicológico y médico.
Es la imposición de una visión legal de la mujer despojada de sus derechos humanos y de la procreación como una imposición de la biología o de un Dios en el que quizá esa mujer no crea, tal como es su derecho.
Es el triunfo de la desigualdad que habilita a que las mujeres con dinero y recursos puedan hacerse un aborto sin arriesgar su vida y las pobres se vean obligadas a un doble castigo, por ser pobres y por no querer terminar un embarazo.
El Estado que garantiza la AUH y la Asignación para embarazadas es un Estado inteligente e inclusivo, que protege los derechos como corresponde.
Quienes realmente defendemos la vida no podemos sostener la penalización. Ni dejar de considerar que no es un tema ni un problema de mujeres, sino de toda la sociedad, del sistema de derechos y del sistema de la salud pública.
Respetamos absolutamente a quienes por sus convicciones morales o religiosas se opongan. Nadie obligará a nadie a hacerse un aborto si no es su decisión, como nadie obliga a nadie a divorciarse o a casarse con alguien de su mismo sexo sólo porque la legislación lo permita. Pero vivimos en un Estado laico que debe regirse por leyes democráticas que incluyan la igualdad ante la ley y los derechos para todas y todos.
Este es el sentido del
proyecto de ley que tiene estado parlamentario y firman legisladores de casi todos los bloques políticos.
III
Por último, cito para reflexionar un poco más, una vieja propuesta de Francoise Dolto: " La primera solución es que todo adulto signatario de una petición para la lucha contra el aborto tenga la obligación de acompañar su firma de una donación pecuniaria (el Banco) administraría exclusivamente las donaciones de quienes se oponen al aborto. (...) ese servicio social tomaría a su cargo a toda madre que deseara llegar hasta el parto de su hijo pero que, no obstante, no pudiera ni quisiera criarlo." (Dolto, F, "A propósito del aborto" en Lo femenino, Paidós, Bs. As., 2000, p. 225)