domingo, 22 de enero de 2012

Las pequeñas virtudes

"Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación, no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber."

Así comienza "Las pequeñas virtudes", en el libro homónimo (Ed. Acantilado, BsAs, 2002), de Natalia Ginzburg, que es uno de mis capítulos preferidos. Cada vez que lo leo tiene algo nuevo que decirme, me parece que llega cada palabra y razonamiento para ponerle algo de luz a oscuras tribulaciones, el texto se vuelve empático con mis experiencias y conversaciones recientes (tal vez por eso cada tanto lo busco en la biblioteca, habita mi interior y me recuerda que lo que sea que yo esté pensando de la hipocresía y simulación que desplegamos los adultos incluso en nuestras relaciones más íntimas ha sido por ella ya narrado de manera impecable.
Entonces, cuando hablamos con F y C, con A, en estos días, de cómo el dinero (como ancla que cae de golpe con todo el peso de los hechos, más allá de los discursos con los que justificamos todos nuestros haceres) empieza a crear fronteras en los mundos que alguna vez compartimos (con personas amadas de la familia, amigos), del dolor que esto causa pues  sabemos que hace dinero quien se va convirtiendo en ese hacer, sabemos que el dinero nunca es el dinero solamente y que para hacerlo, más en el mundo contemporáneo quizá que nunca antes, hay que convertirse en seres hacedores de dinero. "Porque el dinero, cuanto más tiempo pasa, más sucio es."
Es sucio y envilece en especial a los que han alguna vez intentado otros recorridos. Con quienes alguna vez, quizá en la adolescencia y la juventud, nos sentimos partícipes de la misma aventura, los esfuerzos por ser y saber, el desprecio por las formas degradas del "éxito" . Quienes vienen de familias adineradas, quienes se han criado y permanecido en la ética de los comerciantes, por ejemplo, no se envilecen del mismo modo que quienes apuestan al cinismo. Tampoco hablo acá de quienes han padecido privaciones materiales, han sufrido hambre, conocen los dolores de la pobreza. 
Hay que evitar, sugiere Ginzburg, que nuestros hijos se aficionen al dinero, que vean en el dinero algo más o distinto a lo que el dinero es, siempre expresión de la injusticia del sistema.
Conocemos personas educadas, que alguna vez analizaron e intentaron comprender el mundo circundante con herramientas  del marxismo, la ética humanista, la generosidad cristiana, la tolerancia del budismo, y que luego se van embruteciendo, que llegan a creer que merecen el dinero que ganan (¿olvidan que la riqueza material no se distribuye de acuerdo a ningún merecimiento o justifican la culpa que puede provocarles su situación privilegiada?¿). Se ponen horribles.
La gente que no ha simulado sus deseos de tener dinero, que se ha dedicado a eso abiertamente y sin simulacros, puede (y suele) ser mucho más agradable. Saben que el dinero es sucio e injusto entonces, pueden comportarse con generosidades o egoísmos, pero no con cinismos, exhibicionismos o miedos. Pueden seguir disfrutando de los beneficios materiales del dinero sin renunciar por eso a sus parientes o amigos menos afortunados, pueden compartir con ellos algunos placeres del confort material, discutir abiertamente, exponer sus condiciones materiales. 
Las otras, obligadas por su contradicción fundante al disimulo y al cinismo, me empiezan a parecer simulacros, hologramas y proyecciones deformadas de seres que vaya a saber a dónde quedaron boyando. "Esto ocurre en parte porque los ricos suelen ser avaros y porque se creen pobres" (dice NG), entonces, quieren hacer creer a sus hijos que viven con costumbres sencillas, pero el dinero habla en cada rincón de la casa con su lenguaje inconfundible" y para honrar a ese dios tan exigente, los ricos más estúpidos andan por ahí con un abrigo viejo o comprando libros de segunda mano para la escuela de sus hijos, a veces criticando las medidas menos "progresistas" del gobierno (esto último en general con ceños fruncidos, denunciando indignados la pobreza, la corrupción y la injusticia, mientras cenan con amigos en casas lujosas, con vinos carísimos, en vacaciones eternas, con contenidos discursivos propios de las izquierdas liberales argentinas, etc) como si de ese modo ocultaran la contradicción de vivir en, por y para el dinero  (y el éxito burgués, bajo modalidades más "glamorosas" vinculadas al "éxito" académico y/o profesional).

martes, 17 de enero de 2012

Heil Angela!

La vocación imperialista (su "voluntad de poder", podríamos decir) alemana se parece las vocaciones imperialistas de otras naciones, a la vez que tiene sus particularidades.
Características históricas, configuraciones culturales, tradiciones religiosas, filosofías, han determinado un modo especial de dominación que se expresó de manera inolvidable y brutal en el proyecto nazi del Tercer Reich.
Como es sabido, el ascenso de Hitler al poder fue no sólo bien visto si no también apoyado por otras naciones imperialistas como Inglaterra, y la propia Francia, que veían en sus políticas y hegemonía el modo adecuado de impedir la expansión del comunismo dentro de sus fronteras, aunque ya en la década del 30 se sabía por la prensa y otros medios de las persecuciones, torturas y asesinato a los opositores (en 1933 había 100 mil presos políticos en los campos de concentración).
Así es que más allá de la retórica y las particularidades, el Tercer Reich se alzó por sobre los pueblos y grupos más débiles o pobres de Europa de la mano protectora y cómplice de los capitalistas que vivían dentro de Alemania y más allá de sus fronteras, por aquella verdad de Perogrullo de que el dinero (y el temor a perderlo) no tiene patria.
Lo mismo que luego de la guerra Estados Unidos se apropió del capital científico de la derrotada Alemania, para seguir produciendo riqueza incluso con aquellas versiones del desarrollo cognitivo y la experimentación claramente condenadas en cualquier código ético de los que se utilizaron en los juicios de Nüremberg o con los que condenamos a Mengele. De hecho, el sustento filosófico de la Ley Patriótica de Bush, por dar un ejemplo, podría asemejarse a la Ley contra Delincuentes Habituales Peligrosos y de Medidas para su Detención (1933), que protegía de infractores potenciales (cual invento de la imaginación de P. Dick para "Minority Report"), y a los decretos "antisubversivos" de Isabel Martínez y Ruckauf, o a los de cualquiera de las dictaduras totalitarias latinoamericanas perseguidoras de portadores de sospecha: putos, zurdos, negros, montos.
Todos esos proyectos alteraron principios básicos de las leyes occidentales en cuanto a la presunción de inocencia y el castigo como consecuencia de una sanción legal previa.
Todas esas atrocidades se han hecho y se hacen en nombre de X principios, que ocultan o pretenden ocultar el desenfreno por la riqueza de los poderosos del mundo.
Ahora, una vez más, ya sin necesidad de invertir en un ejército conquistador, en derramar sangre propia, ni fabricar armas, Alemania está imponiendo su imperio en Europa. Grecia es esta vez la actual Polonia, invadida, esclavizada y a punto de ser destruida con la complicidad de la "republicana" Francia y de casi todos los vecinos europeos, incluyendo, tristemente, a una España que ya no está sometida por el dictador Franco pero sí por la dictadura del FMI y el Euro.
Nadie sabe con certeza cuántos seres humanos morirán en esta contienda mundial, una vez más iniciada por los ricos europeos y norteamericanos a fin de de apoderarse de más riquezas.
Tal vez los Hobsbawm actuales deban escribir la historia de esta Gran Guerra y sus genocidios en términos más pasmosos que el horroroso y cruel Siglo XX.
Para el neoliberalismo, diría Giroux, "la esencia de la democracia es el lucro y su definición de ciudadanía es sumergirse en el consumo".
Quizá por eso el desprecio por la vida de los ciudadanos de segunda con el que Merkel y su socio Sarkozy refieren las medias que debe tomar Grecia. Estas recuerdan a las medidas que Hitler proponía para los pueblos eslavos y las minorías judías, gitanas, homosexuales, comunistas: explotarlos al máximo como fuerza de trabajo para el beneficio del Volk alemán, superior y culto, y no perder recursos en educar o cuidar la salud de estos trabajadores, fácilmente reemplazables por otros. 
Ignoro cuánto y de qué modo nos afectará esta crisis, este "horror social" en expansión, como lo califica Klisberg. Pero cada día hay que tenerlo en cuenta, qué benditos somos hoy los sudamericanos con gobiernos denostados por "populistas" por haberse apartado lo más posible de los mandatos de los imperios globalizados. 
Hay que cuidar eso como una perla única en el fondo del mar.

viernes, 13 de enero de 2012

Valeria

Decididamente no somos hijos de Proust, quizá sus nietos, descendencia ya algo lejana que reconoce el legado y la fuente, aunque de manera algo vaga.
Decididamente cuando el nombre de un balneario, pongamos por caso, Valeria, va mutando con el paso del tiempo y al escuchar la palabra se abren para nosotros mil mundos, recordamos la lectura de A la sombra de las muchachas en flor, Balbec, (que, curiosamente, como en cierta forma una parte del eco de "Valeria", me remite a Poro, con Diana, con Eyra, con Sergio aún chico y madre, en relatos de veranos que no compartí).
Porque aunque Valeria nunca será Gesell, mi "vida descalza", es decir, nunca será mi infancia  y adolescencia más que como visita fugaz, nombre pronunciado por mis padres, la huida de B. a Madariaga (los exilio internos y peligrosos que hubo en nuestro país, de los que se habla menos que de los otros, por no ser quizá tan "espectaculares"), para salvarse de los monstruos, con su esposo y sus pequeños hijos, el dolor de mi madre; mi amiga E., las noches en el bar de la rotonda; entonces no estaba de moda, no había empezado la "fiesta menemista", ni Yabrán, ni "La Pérgola", ni Cabezas y los nuevos ricos y arribistas iban todavía a Pinamar y a Cariló, o al exterior, pero no a Valeria, nuestra, la de los ex hippies que protegía Benito o los intelectuales de izquierda, o los que habían hecho allí una casita en su momento.
Pero fue la infancia de J,  mi pequeño tesoro rubio, su vida descalzo entre sapos y caracoles y perros sin dueño con los que trababa amistades entrañables que registran las fotos; con mi madre estrenándose en el abuelazgo, paleta, playa, dejar pañales, títeres y más títeres, en "Hemingway", en la heladería Cauca, en la rotonda, en Cariló, de día, de tarde, de noche, los Cazurros no eran conocidos, ni la Compañía del Juglar.
Y cargarlo a cococho por el bosquecito, volviendo dormido a departamento alquilado en Ostende, al límite, a pasos del viejo hotel en el que siempre me imaginaba escenas de Los que aman odian.
Ir de visita a la casa de B. (que fue mutando, de solitaria en la manzana, con el pinar en el fondo agreste a rodeada de hosterías y casas): uno de "los chicos" lee Agatha Christie; L. fuma, bella y displicente, en sus ensueños, el maratonista entrena y juega, con el tripero y mi hijo en las olas.
Y por supuesto hay otras Valerias, muchas, pero es hora de hacer silencio y visitar recuerdos.

domingo, 8 de enero de 2012

Sapo de otro pozo

No pertenezco por completo a ningún mundo.
En ninguna casa estoy del todo en casa.
No son pocas las veces en que me siento sapo de otro pozo.
No soy a la que llaman los del palo del mundo de los libros/escritores/talleres literarios. Y sin embargo no sé hacer otra cosa realmente  que perderme entre papeles y palabras, bibliotecas y escritos, bocetos y ejemplares antiguos, anaqueles, librerías, imprentas, escritores.
No ando muy a gusto con la moda, no soy digamos chic, ni glamorosa. Cuando todo el mundo está leyendo literatura japonesa, pongamos, o a las grandes cuentistas norteamericanas, o a César Aria, o a Carlos Fuentes, yo me dejo atrapar (digamos que para siempre) por la literatura rusa, de la cual dice Juan Forn que   "Dice Shalamov que su país es un país de esperanzas absurdas, hechas de rumores, sospechas, conjeturas e hipótesis, y que por eso cualquier acontecimiento crece hasta convertirse en leyenda antes de que el informe del jefe local logre llegar, llevado por el más veloz correo, hasta las altas esferas. Eso es la literatura rusa, si se lo piensa un poco (en el final de Los hermanos Karamazov, Dostoievski escribe: 'Lo que se dice aquí se oye en toda Rusia')"
No soy del palo del rock ni voy a todos los recitales y sin embargo, por supuesto, desde que tenía 15 años o menos sé quién era Jako Pastorius.
Voy a destiempo porque, pongamos de ejemplo, cuando me enamoré de Tolkien tenía pocos cómplices y cuando estalló la Tolkien manía yo estaba realmente en otros mundos.
No manejo toda la jerga de los militantes históricos y a pesar de eso, desde que dejé la infancia comencé a militar.
Carezco de educación judía y mi madre proviene de una madre vasca y católica y un padre bien criollo.
(Las fronteras siempre se mueven, y algunas alejan las pertenencias que son cerradas, aunque protectoras y la libertad tiene siempre el precio de la inseguridad.)
Estoy siempre en el comienzo de proyectos difíciles, cuando hay ideas y desafíos y entusiasmo, pero faltan los recursos materiales y no es masiva la vocación de sacrificio. Después, cuando el tiempo pasa, y el proyecto crece, y fluyen los dineros y se incorpora gente que no está cansada, me voy o me van. A empezar de nuevo.
No me enamoro de hombres con dinero- o los agarro en plena crisis. Se apoyan en mí. Necesitan de mi energía, dicen, mi alegría, mi voluntad de acción. Les gusta como cojo, dicen, y mis comidas, y mis amigos. Después, cuando se organizan y se relajan, yo ya no estoy allí ni soy de la partida. Me toca viajar en clase turista y en tren, el avión a París lo compartirán con otra.
No soy madre perfecta ni tengo hijos perfectos.
En las reuniones de padres (que casi siempre son de un 80 % de madres), los actos escolares, las charlas sociales, todos los otros madres/padres exhiben seguridades y solvencias educativas y parentales, éxitos y recomendaciones que me dejan estupefacta. Yo apenas puedo lo que hago y hago lo mejor que puedo.
Porque tengo un hijo solo y es agotador que la gente te pregunte: ¿tenés un hijo solo? ¿Y por qué? (ahí dan ganas de decir cosas crueles y reales, pero la hipocresía ha salvado a la civilización y seguirá haciéndolo).
Cuando me tocó ser jefa me imponía eso de predicar con el ejemplo, lo intentaba al menos. Sino llegaba a los trabajos primera, me iba última, los errores ajenos eran mi responsabilidad y los logros eran colectivos.
Cuando me toca ser subordinada me pasa exactamente lo mismo. Algo no está funcionando.
De los territorios que habito, reales e imaginarios, aunque me gustan la naturaleza y las ciudades, nada me atrae más que las aventuras de conocer a otras personas. Mis amigos son bendiciones divinas. Enigmas, paraísos y rocas. De tanto en tanto alguno se convierte en infierno.
Oskar Kokoschka, Schlafende Frau (aus: Die träumenden Knaben), 1907/1908
Farblithografie 23,5 x 21,5 cm / Lentos Kunstmuseum Linz - © Fondation Oskar Kokoschka/VBK, Wien 2008























Me hago preguntas, desde que recuerdo. Acerca de los demás, de las cosas, de mí. Casi todo lo que ocurre me interesa, mi mente es entonces volátil, dispersa e imaginativa. Nada conveniente para avanzar en una carrera o en cualquier actividad que exija una gran concentración y disciplina. Pero otros dicen: es una máquina de trabajar. No hay nada más disciplinado que una máquina, pienso yo. Entonces dudo de todo.
"La intuición me dice [no a mí sino a G. Steiner y el lo relata en el capítulo "Sion" de Los libros que nunca he escrito] que para los hombres y mujeres judíos, en quienes el simple término 'judío' está erizado por resistentes complicaciones, esta autoindagación e interrogatorio de uno mismo se tornan incisivos de una manera específica."
No siempre soy capaz de distinguir ficción de realidad, incluso dudo de que existe esa frontera.
Claro que cuando un joven diputado introduce en su discurso una cita de la María Antonieta de S. Zweig, cuando le cuento eso a un filosófo en una especie de entrevista laboral y nos hace gracia, comprendemos de qué hablamos, nos provoca melancolía, reflexionamos acerca de El mundo de ayer, me siento menos extraña.
Y en muchísimas ocasiones me convierto para mí misma en sapo de otro pozo, una extraña, lejana, desconocida.
Cuando alguien te pregunta entonces si sos judía, no queda más que pensar: "tal vez más que ningún otro tipo étnico, social o incluso mitológico, el judío puede ser un extraño para sí mismo" (Steiner, 2008:112)

martes, 3 de enero de 2012

A veces tu voz me llega

No toda
no siempre
pero a veces tu voz me llega
como de adentro
como una niña que habla y sabe de lo que habla porque lo está viviendo
y en el jardín se mezclan el perfume de la gardenia con la glicina, los jazmines, la menta, el cloro de la pileta de lona, y la caca de la perra
todo junto,
el césped húmedo,
mi transpiración,
el tabaco de él, que fuma
y el mío, que extraño
a la que era
hasta que pueda volver a ser.

lunes, 2 de enero de 2012

Envidia e ingratitud

Al parecer, en la teoría de Melanie Klein, la desvalorización y la ingratitud son un recurso utilizado por los sujetos como mecanismo de defensa contra la envidia en cada etapa de su desarrollo (Klein, 2008:267). En algunas personas que no han podido elaborar en su infancia la envidia excesiva (del "pecho bueno", dirá Klein), estas características permanecen en el modo en que se relacionan con los otros. De ahí que muchas veces busquen arruinar y desvalorizar, ya adultas, al objeto que envidian, que de algún modo representa el objeto primario de su amor, al menos en lo que entiendo con mis rudimentarios elementos de análisis de la lectura de Envidia y gratitud (1957).
(¿Será algo así en el fondo lo que subyace en quienes no son capaces de "experimentar el peronismo" en su faceta de bondad y generosidad, por usar la terminología de M. Klein?¿Será que sólo buscan destruir, absortos en la envidia? Se me ocurre que sería interesante pensar algo de esto con más detenimiento, si es que no ha sido hecho ya)
No siempre la lecturas nos encuentran en los momentos adecuados, no siempre los libros se nos presentan cuando los necesitamos o cuando estamos en condiciones de entregarnos a ellos, encontrando en los textos algo que no existía antes, algo que nos habla a nosotros en un lenguaje que nos es propio.
Pero a veces sí, cuando al caer de la tarde de enero, de un año que llega en medio de primitivas desesperanzas, incertidumbres de lo básico que nos estructura, desilusiones que remiten a pérdidas más dolorosas, incomprensión acerca de las causas del daño del que no nos sentimos merecedores pero sí víctimas.
También están, bajo la forma de la amistad (una de las más nobles formas del amor, como bien lo describió C. S. Lewis en su Los cuatro amores, según creo recordar), la posibilidad de renovar, meciéndonos en eso, los sentimientos de gratitud y esperanza, de generosidad que experimentamos cuando nos sabemos amados, pese a algunas traiciones y desencantos.
Y alejamos de nuestro entorno a quienes buscan destruir vorazmente lo que de bueno hay en ellos, en nosotros, en los otros.