jueves, 16 de octubre de 2014

Balbuceos (en noviembre) de Tarruela

"Lo digo hoy, anocheciendo, en Villa Elisa, 
junto a una radio a pilas sintonizada en una FM local, 
las instituciones no consagran saberes,sólo organizan futuros jactanciosas para esgrimir un título." 


No sé si existe algo como una "literatura" de los noventa, acerca de los 90, sobre los '90.
Si la hubiere debería incluir por supuesto a Balbuceos (en noviembre), de Ramón Tarruela (Mil Botellas, 2008, reeditada en 2014).
O incluirla en el género de novela urbana, como alguna de las que el autor homenajea expresamente con un seiscálogo (o más), una novela que "hace del barrio un mundo propio" (como en Ronda en Guirnaldó, de Juan Marsé, que el autor rescata).
Una novela de barrios y habitantes del sur (de "La Capital", de la "Reina del Plata", de la Babilonia argentina); hijos de barrios obreros, voces de "cigarrillo negro";  bebedores de cervezas en los kioskos poco glamorosos de las esquinas de descampados donde los niños jugaban picaditos  y ahora...
"Esa década" mediante -esa del uno a uno, del menemismo derrochador de mal gusto y lujos, tan clase media", diría el personaje de la "grandma" de Downton Abbey que también le gusta al gran escritor platense de hoy.-, esquinas de palacetes de nuevos ricos que no quieren repartir la torta ni tener por vecinos a los antiguos habitantes del barrio, los hijos del albañil paraguayo, los Uñate, ponele.
Novela de desesperados, de excluidos, de pobres.
De escritores cultos como pocos, y rechazados (y/o autoexcluídos) por las instituciones consgradoras de saberes.
Novela de la amistad masculina, la lealtad que se cultiva desde chicos, entre partidos de fútbol y viajes iniciáticos a la ciudad ("La Ciudad") donde todo ocurre, a las librerías de Corrientes, a los bares de San Telmo y a las disquerías bohemias del sur porteño...Y a mi ciudad, La Plata, con sus arrabales y sus barrios residenciales, sus barrios del "Norte", que son el sur de los barrios del sur...
y apropiaciones de living en casas de los padres y charlas sobre las mujeres perdidas, y los fracasos amorosos.
Y las novelas que se escribirán juntos, con el amigo, ni el futuro, el amigo que no está, que se suicida, Federico, contado por Santiago Murúa, y que trata también de "la narración de la aventura porteña de Manuel Farías en los años posteriores a la vuelta de la democracia.
Un héroe pop, sin grandes ambiciones, conflictivo, asumido como tal y con ese conflicto encima, una carga no resuelta. Un Federico Mouras sin virtudes. Un Charles Bukowski con mucha cocaína y sin editores. Un Andy Warhol sin películas, sin dinero aunque no tan excéntrico. Un Luca Prodan con pelo, sin banda y bebedor de cerveza”, planifica Murúa, el primer narrador, para crear a otro narrador en la voz de Manuel Farías desde Agua caliente, la novela dentro de la novela, un sórdido e introspectivo relato construido a partir de las evocaciones y el monólogo interior de un joven que inicia el soliloquio introspectivo de su descubrimiento de Buenos Aires como cronista de rock."(Fuente: revista La Pulseada)
Novela sobre escribir novelas...
Novela de lo que soñamos en los 80 y perdimos en los 90.
Novelas que son como viajes, esas novelas argentinas que tienen un tono único, épica de aventuras juveniles urbanas detrás de mitos encarnados en héroes algo decadentes, héroes románticos que resisten las modas culturales, como tangueros de ley, borrachos, marginales, poetas militantes, revolucionarios no reconocidos por sus deudores.
Mujeres que habitan la otredad, lejanas, imposibles, humanas.
Novela de un lector decidido, voraz, inteligente.
Novelas sobre escritores que escriben, y no de esos otros que abundan que hablan acerca de escribir (novelas, cuentos, poemas), de esos que no pertenecen a "la raza de los nerviosos", sino que pertenecen más bien a la estirpe de los engreídos, los buscadores de fama, de "éxito", los #siempreenvidiosos e #insatisfechosconloMuchoqueTienen.
Novela donde no hay lugar para esos personajes de la vida (pero casi nunca de la literatura) que siempre están haciendo aquello que dicen no querer hacer  y anhelando lo que se las ingenian para no hacer con su vida su tiempo, su deseo.
Esos que se demoran en estrategias evasivas de la vida, muertos de miedo, para poder sentarse a gozar del confort de su seguridad, esos que traicionan a quienes han visto su oscuridad, por temor a ser expuestos, por pánico a tener que asumir sus elecciones burguesas, digámoslo así.
Novela para sonreírse a uno mismo cuando en la vida nos cruzamos con esos personas que son como los personajes: miran de arriba, se llenan la boca con eslóganes de demócratas progresistas y subidos a la endeble escalera de la jactancia de los titulados (por instituciones consagradas para las élites) humillan a los habitantes de los barrios del sur, a los que construyen sus casas, sus rutas, su literatura hasta su música y su (generalmente escasa) alegría.
Novela para seguir leyendo. Y releer.


sábado, 4 de octubre de 2014

#Deaempujoncitos

¿Viste cuando alguien se sienta en tu sillita y te va empujando de a poquito hasta que te caés?
Me dice. Bueno, sí le digo. Y viste, cuando te caés dice:¡ay, no sé qué pasó! ¿No creerás que quise lastimarte no? ¿O sacarte la silla, verdad?
Bueno.
Vi. Me caí de la silla.
Me empujaste.
Dolió.
Parece que se anduvo diciendo por ahí que me caí por culpa mía. Me interpuse en la silla justo cuando a vos se te dio por empujar.
Cuando me incorporé, salí corriendo ante la emergencia de lo siniestro -en nuestro cotidiano se suponía que íbamos a compartir las sillas, yo no contaba con esa vocación fagocitadora tuya, esa mezcla de mujer-hombre de las ratas y de la mantis religiosa (frotándose las manitos satisfechas después de devorarse una vida ajena). O más bien algún insecto un poco menos atractivo, uno más de andar a ras de suelo, en lo oscuro, o uno que gusta de encerrarse en los placares y protegido por la oscuridad destruir de a poquito la ropa ajena. Una polilla. Polilla que detesta mirarse al espejo.
Están los que empujan de las sillas sin miedo: al fuerte, al débil, al herido. Listo. Te empujo, me la banco, andate o inclinate. Yo a esos los respeto.
Están los que empujan de las sillas, los que gozan al empujar de las sillas pero no soportan que alguien se los diga. Empujan con movimientos supuestamente sutiles, avanzan y retroceden, cobardes. Empujoncitos amariconados.
Aman así, cojen así, tienen amistades así, encaran la vida así: #deaempujoncitos. Tienen tanto miedo de que los destruyan (es su goce, su fantasía insoportable e infantil) que por las dudas van destruyendo todo a su alrededor.
Se ensañan con los más vulnerables. Usan el dolor del otro, porque eso les da un placer que no pueden reconocer ni ante sí mismos.
Tiene la vocecita así: en diminutivo, el tono, y las palabras.
Royendo, limando, de a poquito, para que no se note.
La vehemencia de la pasión enunciadora les resulta violenta, porque su violencia es solapada. (Shhhhh).
grabado de María Renati
Encaran la vida a empujoncitos, a morsdisquitos, con sonrisitas (ladeadas, a escondidas, en secreto). Hablan a media voz, en rumores.
Cuando quedan expuestos, atacan.
Cuando se los descubre en su miserable empujonear, se ofenden. Acusan y se visten con la capa de una moralina repulsiva  y barata.


Y cuando me alejé, llegué a un campo a cielo abierto.
Y allí me puse a cantar, a trabajar, a escribir, con gente que come la vida a grandes bocados, la acompaña con buenos vinos, fruta fresca, especias de Oriente y de Centroamérica que traen fuegos de vida y dulces que evocan romances de juventud. Y que engordan. Y que cuando tiene que empujar  lo hace p' alante con otros, con toda la garra, de frente.