domingo, 10 de diciembre de 2017

Esa flor

A veces es la desesperación la que empuja un cuerpo al abrazo de otro, es el impulso de llenar el vacío que ha dejado otro cuerpo, es el pez que ya fuera del agua se sabe muerto pero todavía boquea.
Es la vida que puja por sobreponerse a la tormenta.
(Te veo y se me rompe el corazón en mil pedazos y creo que no hay fuerza de la naturaleza capaz de producir la energía suficiente para recuperarlos, porque te veo y en tu mirarme se adivina esta pena que tenemos por lo que no pudimos.
Y se instala esa piedra en el pecho que es como ahogarse sin palabras, y ambos bajamos la mirada para evitarnos uno al otro ese llanto que se nos va formando en la garganta y quiere salir).
Era tan lindo cuando sabíamos reírnos y nos lamíamos las heridas uno al otro.
Sé que este dolor que ahora nos une es algo mucho mejor que no haber amado, pero cuántas ganas a veces tengo de liviandad.
A veces es necesario enamorarse unas horas o unos días de alguien más para olvidar el desgarro, la mirada que nos persigue de aquel que se adueñó de nuestras células y vive ahí, aunque creamos que no podremos soportarlo, aunque deseemos el olvido casi tanto como le tememos.
Es como Sabina Spielrein y su drama de amor con Jung, que nunca le dará lo que ella quiere, si es que eso que ella quiere es el hijo, la vida, y sólo puede darle dolor y muerte y ella aun así lo ansía.
Se irá, se alejará, hará un oficio de curar y de educar de lo que la locura, el amor también enloquecido que él le inspira y el rechazo le enseñaron.
Amará a otros hombres, llegarán las hijas, incluso tendrá mejores amantes posiblemente. Pero no dejará de añorarlo, no dejará ese anhelo.
Es esa flor única, esa promesa de pura belleza que retorna a empañar los atardeceres de domingo, será que será.

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