lunes, 11 de diciembre de 2017

Ningún guerrero azteca

Batido como un merengue, de rápida subida la espuma, abunda un entusiasmo no despreciable y engañoso como una bruma en alta mar.
Se ve en el otro todo lo que queremos ver, hasta sus opacidades nos parecen brillos de nobles metales aunque una voz interna nos advierta que no es más que un viejo espejito de colores, baratijas que se encuentran en cualquier mercado de por ahí.
Pero una va e insiste, por todo ese rollo de la infancia que escuchamos como si fueran frazaditas de invierno o limonada fresca en verano.
Adornos, poemas, canciones y oropeles desperdiciados en actores que nunca pasarán de papeles secundarios en nuestra vida.
Hacemos simulacros de amor y desamor.
Escenas de celos que no se sienten de verdad y rencillas de cartón que desconectan.
Rendimos pleitesía a un romanticismo irremediablemente pasado de moda en el mundo y en nosotros, como no sea en la literatura o el cine.
Insistimos en inventar un hombre donde hay solo un semblante y una serie de máscaras de papel mache mal pintado.
Y de pronto, cuando no lo esperamos, alguien más honesto nos invita unos tragos, un momento dionisíaco entre tantos panteones desangelados y desvitalizados. Pertenece a un mundo nuevo menos laberíntico, habita en escenarios mejor construidos y es joven; entonces te ama unas horas sin necesidad de inventar romances.
Y una verdad empieza a crecer en tu interior pero no querés darle paso porque es una penita dejar escapar las mariposas antes de polinizar las gardenias, o sucumbir a esos aromas veraniegos.
Aunque hay tantas señales que es imposible ignorarlas sin comerse la banquina.
Es hora de pegar un volantazo.
Si...
Caen las murallas de las fortalezas sitiadas.
Caen los imperios eternos.
Sacrifican a Moctezuma propios y ajenos a la vista de los dioses viejos y nuevos.
Mueren los héroes y las heroínas.
Acribillan a millones de muchachos y muchachas en flor en cada guerra.
Desaparecen los más grandes y nobles amores.
Cómo no caerías vos también al primer soplo si no has hecho otra cosa que desvanecerte desde que?
No quiero perder el encanto pero el hechizo se ha roto.
Remo contra la corriente.
Y ya no te veo.
Lo que veo no lo quiero.
Lo que quiero no lo tenés.
Ya ni pena da porque se me escapan tu voz y tus facciones.
Más pena da haber creído una tarde que eras guerrero azteca, algo brutal y sanguinario pero decidido y valiente.
Tu ego saciado de palabras -tuve que hacerlo para que no cayeras de entrada, lo sé, a la fe hay que ayudarla en estos tiempos profanos-, alimentándose de juegos infantiles y pequeñas crueldades.
Mi risa ya se ríe en otras comedias
y, como escribe en alguna parte Silvina Ocampo (citando de memoria): única sabiduría, que todo pasa como si no hubiera pasado.

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