domingo, 18 de marzo de 2018

¿Cuál es la palabra?

Haremos como esos animales que fingen estar muertos. Huir, congelarse o luchar, son la opciones para sobrevivir.
A vos te sale bien refugiarte en el silencio. Yo llevo flores y plegarias a tu tumba imaginaria y recuerdo cuando era primavera y sonreíamos solo de vernos.
Tu boca, mi boca, el mar quizá.
Ahora todo es lluvia otra vez.
Ahora ya casi no duele tu forma pétrea y silenciosa.
¿Habrá desfilado ante tu vista alguna imagen mía antes de que abandonaras la partida?
Un caballo saltando sobre la reina, desbocado. Yo siempre fui más bien del tipo plebeya, pero ese caballo y aquel vestido con el que te esperé en esa maldita fiesta a la que nunca llegaste me hacía sentir como un personaje de una novela de Tolstoi. Quería ser Ana, quería que fueras Vronsky y que nada más importara.
Después, crecí.
Nadie quiere pagar tan alto precio por unas sonrisas y unos abrazos magnificados en el recuerdo.
Nadie quiere llorar para siempre junto a las tumbas silenciosas de los amores cobardes.
Vi un par de fotos por ahí, estabas muy cambiado, habías envejecido, supongo que yo también, el tiempo a nadie perdona, solo los héroes mueren jóvenes y permanecen así en los recuerdos. Como esa Evita de la melena al viento que a ambos tanto nos gustaba.
No sé qué palabra podríamos habernos dicho para que no nos atrapara el silencio.
En cada amor que encuentro re aparece. Ese silencio que lleno de imágenes y palabras estúpidas y crueles. Ya estoy curtida, ya no duele, ahora vamos al analista o escribimos lo que podemos (lectores buscan indicios y nombres o destinatarios a  mis tontos textos, e interpretan lo que se les canta, y nada de eso cambia el hecho de que las palabras nunca llegan a tocar el corazón que deseo, hasta que lo hacen alguna vez y el pecho me baila)  y le decimos: fue el muchacho que me besó en la playa, fue el de los poemas cantados, fue el hombre que me enseñó la montaña y a hacer fuego con leña húmeda; el que escribía esos cuentos de oro y esnifaba hasta provocarme arcadas de rechazo; fue el que siempre me estaba dejando pero volvía, el que me amó hasta enloquecernos de gozo, el que murió en la lejanía, el que nunca pudo decirlo a tiempo e imploró cuando era tarde, el que es guerrero y campesino a la vez, y tan de piedra como los muertos, y tan de fuego como los vivos.
Todos esos.
Pero aún sigo sin saber cuál es la palabra.

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