lunes, 14 de mayo de 2018

Una mujer rusa que mira por la ventana

Cruza las piernas, deja a un lado el libro que lee en francés, se acomoda el peinado y ahoga un suspiro.
Una vez, en otra dimensión pero con el mismo gesto, se asomó a la ventana y vio, junto al lago iluminado por el sol de una tarde que anticipaba el invierno. Lo vio: gigante, caminando en la orilla y fumando una pipa que parecía una extensión de su boca.
Ahora mira por otra ventana. No hay lago ni sol, la tarde mortecina y los edificios grises solo se consuelan con la idea de los niños que están por salir de la escuela, rodear la esquina y volver a casa.
A él lo dejó atrás. Se infligieron toda clase de sufrimientos y humillaciones. Él de eso hizo teoría, cierta fama encubriendo el nombre de ella o difamándola con falsas acusaciones. Llegó a desmentirla en Viena, hizo del amor desesperado de ella el relato de una histeria desbordada.
Ella también hizo teoría, pero antes hizo enfermedad y dolor.
Eso es todo lo que quedó del amor que parecía el mundo entero y las galaxias misteriosas.
Mira por la ventana, se acomoda el pelo, murmura algo en su lengua materna, y se acuerda de su ardiente juventud.

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